ClarÃ*n.com, Argentina
29 marzo 2015

Lucin, sobreviviente del Genocidio armenio: "No se por qué lo hacÃ*an"

Entrevista a la única sobreviviente en Argentina

Tiene 105 años. Fue testigo de la masacre de su pueblo, perdió a sus
padres y escapó a la Argentina.

Daniel Vittar




Lucin tiene el pelo blanco y la piel marcada por los años. Su rostro
conserva una belleza ajada y una expresión rebelde de hidalguÃ*a, pero
suele perderse en imágenes maltrechas. Lucin tiene 105 largos años, y
enarbola la osadÃ*a de haber sobrevivido al siniestro Genocidio
Armenio.

AllÃ* perdió temprano a su madre, y después a su padre. Los hermanos se
dispersaron en un mundo de revoluciones y paÃ*ses nacientes. Lucin
creció con el ritmo estremecedor del Siglo XX. Los psicólogos
denominan resiliencia a la capacidad que tienen algunas personas para
adaptarse y superar la adversidad y el dolor. Lucin lo llama suerte.
"Tuve suerte", dice con voz de consuelo, "encontré gente buena que me
ayudó".

Es la única sobreviviente en la Argentina, y una de las pocas en el
mundo, de esa ignominiosa masacre turca de 1915. Cuando el Imperio
otomano dio la orden de deportar a todos los armenios, Lucin tenÃ*a 6
años y vivÃ*a en una enorme casa en Aintab. "En esa época mi papa
Abraham estaba en una muy buena situación, exportaba pistacho y era
joyero, muy buen joyero. Yo tenÃ*a cinco hermanos; yo era la menor. En
esa época vivÃ*amos muy bien", cuenta, buscando en el laberinto
sensible de la memoria.

Pero todo cambió cuando a principios del siglo pasado el movimiento
nacionalista musulmán de los "Jóvenes Turcos" tomó el poder.
Reclamaban una sociedad culturalmente homogénea, que implicaba
eliminar a otras etnias como armenios y griegos, y a religiones
diferentes, como la cristiana. "No se por qué lo hacÃ*an, tal vez nos
tenÃ*an envidia", dice con una inocencia que despierta ternura.

El fatÃ*dico 24 de abril de 1915 comenzó el genocidio. Ese dÃ*a las
tropas turcas detuvieron a 235 intelectuales de la comunidad de
armenios en Estambul. Le siguió una ola de asesinatos, violaciones,
decapitaciones y desolación. Los soldados arrasaron una por una las
aldeas armenias. En deportaciones masivas las tropas llevaron a los
armenios por desiertos que devoraban a los más débiles. Las cifras,
aunque nunca reflejan el dolor y el padecimiento de las vÃ*ctimas, dan
una dimensión: se cree que murieron 1.500.000 armenios.

Lucin recuerda el comienzo de la tragedia. "Las iglesias dejaron de
hacer sonar las campanas y empezaron las maldades. Mi papá sacó en
primer lugar a los hijos grandes. Los mandó en tren a Aleppo, Siria.
Pero nosotros quedamos hasta último momento".

El relato sigue. "Mi papá se enfermó y nosotros no sabÃ*amos qué hacer.
Entonces algunos amigos turcos nos trajeron un carro grande y pusieron
un colchón para que mi papá pudiera viajar y escapar. Cuando salimos,
los militares nos pararon y nos bajaron a todos. Nos pedÃ*an oro. Mi
madre habÃ*a escondido algunos lingotes chicos en almohadas. Revisando,
los soldados se dieron cuenta. Nos querÃ*an robar todo. Mi madre se
puso a llorar y decÃ*a cómo vamos a vivir sin esos ahorros. Entonces
arreglamos que nos dejaran algo. Llevábamos comida para el viaje, pero
también nos quitaron. Nos quedamos sin comida, pero pudimos llegar a
Aleppo. Pero mi madre no se salvó. Estaba embarazada y empezó a tener
pérdidas, murió en el camino".

La familia de Lucin volvió cuando terminó la I Guerra Mundial,
creyendo que dejarÃ*an tranquilos a los armenios. "Cuando volvimos todo
habÃ*a sido destruido en el pueblo. Mi casa estaba destrozada". La
pesadilla comenzó otra vez. La represión turca seguÃ*a intacta. AhÃ* se
inició un nuevo exilio, en un tren hacia el desierto y la muerte.

"El tren paró en un lugar inhóspito, oscuro. Entonces mi papa le dio
algo de oro a un guardia para que nos dejara ir. Pero era un lugar
desolado. Comenzamos a caminar hacia la única luz que se veÃ*a. Cuando
llagamos era un galpón enorme que estaba lleno de armenios. Todos
apretados. Después de estar unos dÃ*as en ese galpón mi padre dijo,
aquÃ* no nos podemos quedar. Y decidió ir hacia Damasco. En el camino
encontramos gente que también huÃ*a. Me acuerdo de una mujer que estaba
llorando porque le habÃ*an matado a los hijos y al marido. Entonces mi
papá le dijo si querÃ*a ocuparse de mÃ*, cuidarme a mÃ*, que era la más
chiquita. Y la mujer me cuidó durante todo el viaje hacia Damasco".

Abraham murió en Damasco, y los hijos partieron hacia Argentina,
buscando su América. Lucin quedó con su hermana mayor. AllÃ* estudió y
aprendió francés, la lengua de la colonia. Cuando tuvo 16 años quiso
reencontrarse con sus hermanos. Aprovechó que una familia conocida se
tomaba un barco hacia Sudamérica y los siguió. Pero en una escala en
Francia la cosa se complicó. Las autoridades la obligaron a quedarse
en el puerto porque tenÃ*a una lastimadura en un ojo y temÃ*an que fuera
una infección: "No me dejaron subir al barco. AhÃ* me quedé un mes con
una mujer joven que me ayudó. Después vinimos juntas en el barco, en
tercera clase. ¡Qué viaje!".

Llegó en 1925, cuando la inmigración conquistaba el paÃ*s. "Argentina,
hay que lindo. Para mÃ*, como argentina no hay ningún lugar", dice, con
voz de agradecimiento. AquÃ* se estableció y formó familia. Tiene dos
hijos, 5 nietos y 8 bisnietos. Lucin consiguió la paz que buscaba,
pero nunca se desprendió del dolor que le dejó el genocidio.
"¿Rencor?, no", responde ante la pregunta obvia, "Qué vamos a hacer. A
todos los armenios nos hicieron lo mismo. Quemaron pueblos enteros. No
se porqué. Yo creo que nos envidiaban", repite.

Lucin acomoda su falda, mientras pierde la mirada en un cielo azul de
recuerdos. "Cuando hablamos de estas cosas, no puedo dormir, no
duermo. Casi no conocÃ* a mi mamá, y mi papá murió cuando yo era chica.
Perdimos todo. Tuve una juventud muy triste. Qué se le va a hacer. Es
la vida", dice, con un gusto amargo en las entrañas.


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